Estamos en la tercera casa de acogida. Se supone que va a ser algo temporal porque era la única casa con una habitación disponible. De trata de una familia compuesta por un matrimonio y la abuela. En la casa viven ya dos chicas del mismo colegio: una española y una italiana, y la normativa en este tipo de intercambios es que para que el estudiante aproveche el tiempo y progrese en el idioma es que intente no relacionarse con compañeros de su mismo idioma, lo cual es totalmente comprensible.
Pero nuestra hija no puede estar mas contenta, la nueva madre de acogida se vuelca en nuestra hija y ya desde el primer día nos envía un mail tranquilizándonos y comprendiendo que nuestra hija ha tenido unos primeros meses muy duros nos dice que se va a volcar en ella para que su experiencia final sea satisfactoria y provechosa.
La sensación nuestra es muy buena, pero no podemos evitar tener recelos.
Llega la vuelta a casa por Navidad. Hablamos con la empresa, no nos importa y aceptamos que nuestra hija comparta casa con chicas que hablan español porque la verdad ya priorizamos el estado emocional de nuestra hija. La empresa se toma un tiempo para decidirlo y finalmente aceptan aunque dejan las cosas bien claras: en casa no se puede hablar español. Nos parece razonable.
Bien, veremos que pasa a la vuelta en Enero.
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